mi espacio de revuelta íntima

miércoles, diciembre 14, 2005

El asesinato de Jubran Tweini

Mañana del 12 de diciembre de 2005. JubranTweini (fonografía francesa en el enlace) muere asesinado junto con otras personas en un atentado en un barrio cristiano de Beiruth.
Dos dias después en una web sionista explican la conexión Hezbollah-Damasco-Teherán y recuerdan lo que esribia JubranTweini en el editorial de AL-Nahar (El Dia) dos meses antes:

"¿Qué quiere la banda terrorista Hezbolá? ¿Quiere arrastrar al Líbano y a toda la región a una guerra suicida? Demandamos -en base al acuerdo de Taif- disolver todas las milicias armadas y desarmar a la banda terrorista Hezbolá ya que ésas son armas ilegales. El verdadero peligro para el Líbano es dar al enemigo israelí una excusa para comenzar una guerra contra Siria y el Líbano''.

En su último artículo, publicado en Al-Nahar cuatro dias antes de su muerte, JubranTweini se referia a las fosas comunes halladas junto al cuartel general de la inteligencia Siria en Anjar y acusaba al régimen sirio de crimenes contra la humanidad:

"El régimen sirio debe saber... que los regímenes tiránicos y malvados que perpetraron masacres contra la humanidad, fueron perseguidos, y derrocados! El asesinato, la matanza, y el arrojar [los cadáveres] a las tumbas en masa no está legitimado ni siquiera en las guerras más criminales, [al igual que el caso] de tiranos... [como] Adolfo Hitler, Ceausescu, Milosevic, Saddam Hussein, y los jefes tribales de Ruand".

Probablemente nunca sepamos quien dio la orden de asesinar a Jubran Tweini. Consideraba a Israel y al régimen Sirio como enemigos. Queda claro en sus recientes escritos aqui citados.
No parece lógico que Irán asesine a un enemigo de su enemigo Israel.
Cuando una situación aparece tan complicada es bueno tomar distancia.
José Emilio Pacheco, poeta mexicano, escribia recordando su infancia en el D.F.

"En los recreos comíamos tortas de nata que no se volverán a ver jamás.
Jugábamos en dos bandos: árabes y judíos. Acababa de establecerse Israel y
había guerra contra la Liga Árabe. Los niños que de verdad eran árabes y
judíos sólo se hablaban para insultarse y pelear. Bernardo Mondragón,
nuestro profesor, les decía: Ustedes nacieron aquí. Son tan mexicanos como
sus compañeros. No hereden el odio. Después de cuanto acaba de pasar (las

infinitas matanzas, los campos de exterminio, la bomba atómica, los
millones y millones de muertos), el mundo de mañana, el mundo en el que
ustedes serán hombres, debe ser un sitio de paz, un lugar sin crímenes y
sin infamias. En las filas de atrás sonaba una risita. Mondragón nos
observaba tristísimo, se preguntaba qué iba a ser de nosotros con los años,
cuántos males y cuántas catástrofes aún estarían por delante.
Hasta entonces el imperio otomano perduraba como la luz de una
estrella muerta: Para mí, niño de la colonia Roma, árabes y judíos eran
"turcos". Los "turcos" no me resultaban extraños como Jim, que nació en San
Francisco y hablaba sin acento los dos idiomas; o Toru, crecido en un campo
de concentración para japoneses"

Desde esa distancia en mi mente se dibuja una idea. Tras el sueño yihadista del Califato. Tras el sueño imperial europeo de un Mare Nostrum. Tras el sueño imperial estadounidense de un Gran Oriente Medio democrático. Como un cadáver ofreciéndose en un sangriento festín, subyace la desintegración del Imperio Otomano